Leonor llegó en enero, desde el otro lado de la cordillera.
Vino con ojos grandes, con sonrisa clara, vino cargada de cuentos y regalos.
Ella dibuja el mundo con dedos finos, sus manos son zarcillos que fecundan hojas lisas y van de romería haciendo visible lo invisible.
El verano nos vio caminar sobre el lomo de una ballena mientras la tarde agonizaba y una lunita asomaba curiosa sobre el mar. Jugamos a proyectar sombras alargadas que llegaron hasta el borde de la China convertidas en papel de avión. Cantamos junto al gallo que gira sobre la calesa sin norte. Brindamos con espuma del mar a la salud de ciertos pintores de castillos blancos, bailamos en el puerto confundidos entre pejerreyes y corvinas sicilianas.
El encuentro sigue sonando como la música de un acordeón.
Leonor, hermana de caminos, se ha quedado a vivir un poco aquí, cerca de nuestro lado del mar.
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