El proyecto Biblioteca ambulante

Paul Valéry dice que desde que era chico quería escribir poesía porque se había enamorado de las palabras, de sus sonidos. Poco le importaba lo que querían decir exactamente..."

Desde hace años trabajamos con niños y niñas que desde muy pequeñitos y pequeñitas se acercan a nuestro taller para cantar y jugar con los sonidos. Durante este tiempo hemos intentado promover sensibilidades fantásticas y creativas a partir de herramientas tanto cotidianas como técnicas para luego dar lugar a nuevas propuestas madre que servirán de sustento a la identidad subjetiva de quienes se atrevan a ingresar en este maravilloso territorio primario, esencial y laberíntico en donde paradójicamente es necesario perderse para poderse encontrar.

Citamos a Tolkien cuando se refería a la fantasía como una tierra peligrosa, con trampas para los incautos y mazmorras para los temerarios. La propuesta es abrazarnos a los lugares de sabiduría que traemos desde la infancia, entendiéndolos como un núcleo fortalecedor y a partir de ahí transitar la vida apelando a recursos propios e intransferibles. Entendiendo al arte no como una actividad que se encuentra en un pedestal inalcanzable sino como el pan de cada día tan necesario, vital y nutritivo como el alimento que se puede pesar en una balanza o medir con un centímetro. Puesto que además concebimos la música como un sitio que necesita enriquecerse con muchas otras nutrientes, de manera incipiente y desordenada ofrecimos a los pequeños nuestra biblioteca personal para que consultaran y se llevaran a sus casas algunos ejemplares y así compartirlos en familia. Esta idea fue engordando de a poco porque había hermanos que también tenían ganas de leer; pequeños lectores compulsivos a los que la biblioteca les quedó chica porque se llevaban varios libros por semana; grandulones que no se olvidaron de ser chiquititos y volvieron a las lecturas infantiles.

Es así como el copo anónimo que dio origen a esta bola de nieve que no podemos ¡ni queremos! parar es cada vez más grande. Así empezaron a llegar donaciones de los propios beneficiarios, de los vecinos del barrio que tienen hijos grandes y ganas de que otros sigan aprovechando esas páginas, de amigos con ansias de ver a más gurises embelesados con los libros. Lo más gratificante hoy por hoy es notar que se están creando hábitos. Bellos hábitos de cuidar los libros. De elegir libremente sin que nadie este marcando que libro tenés que querer. Hábito de la curiosidad, hábito de compartir. De buscar espacios en el día porque tenés que terminar ese capítulo que te quedó colgado del día anterior. Hábito de comentar qué es lo que te gustó más y recomendar a tus compañeros de clase. De buscar más libros de determinado autor porque te encantó su manera de escribir. Hábito de “exigir” a los grandulones que te lean porque no sabes, todavía, el significado de las palabras, y además de que se repita una y otra y otra vez, literalmente. Hábito de “leer” los dibujos de acompañan las palabras.

Decimos gratificante porque como amamos los libros, entendemos que estar en contacto es la única manera de enamorarte más y más.Bregamos porque ese contacto sea a través de la libre elección y de que el material sea de calidad, como el yogurt o la leche que elegimos a la hora de alimentar nuestro cuerpo. Eso nos llena de satisfacción.

Es por ello que a esta altura nos sentimos responsables de haber dado el puntapié inicial y necesitamos seguir jugando el partido con cariño, compromiso y alegría. La idea es que la biblioteca además de funcionar en el taller también pueda pasear por el barrio con un sistema de carritos ambulantes, con la premisa “si el niño no va a la biblioteca, la biblioteca va al niño”, todos los sábados tendremos una ruta preestablecida que recorreremos con la biblioteca con patas. Así cada quien podrá acercarse, ojear, revolver y elegir el libro que desee leer esa semana.